Engañándome, como suele hacerlo, Lindner me arrastró a un meeting de los pictores y artistejos del momento en una casona de Almagro, peligrosamente cerca de unas gigantescas discotecas de afeminados que bombean sudor hacia el espacio público como las turbinas de un avión de caza. Hechos los saludos de rigor con los dueños de la casona me quedé en la habitación mas cercana a la calle tomando agua mineral mientras Lindner se perdía entre la canalla del cognitariado visual e innumerables botellas de cerveza, vino y sidra. No sé para qué me lleva a lugares donde despues se olvida de mí. La verdad, me tiene harto.
Perdido en meditaciones sobre la invencible y desesperada ansia de actualización de las generaciones churraskilandias
( derivada de los imperativos de la (M)adre, usw.) vi un libro de un ilustrador ñatolandio de moda devenido
contemporary artist (
Herr Rauch )que Lindner super-odia (
por motivos más que obvios) en la mesa de trabajo de una pictora huesuda y ojerosa que minutos antes nos había dado un sermón sobre abstraccion, kábala y fin de los tiempos. Texto de Bajarlía, música de GorillaZ...En fin, me gustaría equivocarme más seguido.
Ántes que mi meditación alcanzara cierta espesura Lindner ya quería irse a otra festichola por la zona de Congreso. Sorprendentenmente pagó un taxi sin chistar y sin manguear , lo que me dio la pauta de que estaba realmente interesado en los que pasara en nuestro destino, fuera éste el que fuese. En el camino habló de Herr Rauch.
Es un Solano López que pinta rusos disfrazados de ñatolandios, me dijo.
Desembarcamos en un área sorprendentemente silenciosa de la Ciutat Autonoma , donde ni aún con esfuerzo se escuchaban los familiares tambores de la cumbia . Me tomé mi tiempo para disfrutar de tal excepcionalidad.
El edificio al que accedimos tenía un frente noble y antiguo que seguramente había tenido su momento de gloria, aunque el ascensor que nos condujo al cuarto piso era altivamente ignorante de esa cosa llamada inspección y bástenos decir que si el piso no era de cartón era por lo menos de madera podrida.
El departamento donde tenía lugar la de la celebración había sido remodelado hacía muy poco pero estaba relativamente libre de polvo y escombros. Lindner volvió a olvidarse de mí al enterarse que había choripán en la terraza y me dediqué a mirar los libros de las estanterías, mayormente relacionados con la música , la economía y la difícilmente evitable ficción zurdelli.
Y en eso , entre la gente del salón principal , sentado en un sillon junto a personalidades desconocidas distinguí... al Sr. Feinmann ! a quien inmediatamente me dieron ganas de transmitir mi satisfacción por haber puesto en su lugar a los estructuralistas desde las páginas del diario Clarín. De paso era oportunidad para hablarle de la
Teoría de la Madre y autobombear todo lo posible.
Pero la pura voluntad no era suficiente. Casi todos los presentes estaban empezaban a sentarse pues había un grupo de músicos dispuestos a tocar. No había casi sillas, apenas un sillón para el Sr. Feinmann y su clique, y tuve que sentarme en el piso.
Se habla mucho actualmente de esa teoría de los seis personas que nos separan del contacto directo con el Presidente de Nuevo Mundo Norte, el titular del FMI o el Papa . En mi caso del Sr. Feinmann , con quien verdaderamente me desesperaba intercambiar aunque mas no fuera un manojo de palabras importantísimas , me separaban tres señoritas novias de alguien y LindnerMesmo reaparecido para molestar.
Empezó la ejecución musical . La que se tocaba me produjo algún respeto ya que todos o casi todos eran músicos diplomados. Aunque con bastante apoyo en el tango, las piezas sonaban recias y confiadas y no se arrastraban sobre el légamo viscoso de la melancolía perejil. Había un cantante, también diplomado, o eso me pareció. Confieso que de todas maneras más que la música me preocupaba hacer contacto primero visual y luego verbal con el Sr. Feinmann...
Pero ah, la música seguía y seguía y nadie , ni siquiera el sr. Feinmann, se movía de su lugar. Parejas de bailarines diplomados se unían a la orquesta para determinadas piezas. Le dije a Lindner en voz baja,...
No me presenta a Feinmann? Me contestó
...Cuál Feinmann, el del teorema o el crítico de cine ? ...puf, Lindner estaba borracho e infatuado con una de las bailarinas, vaya a saber con cuál.
En eso una señora de edad visiblemente superior a las bailarinas salió al centro de la escena con la visible intención de coreografiar lo que tocaban los musicos.
Quién soy yo para decir que me parecía que lo que la señora hacía era cualquierismo soft? Por ahí se tratara de una nueva tendencia, o de una tendencia antiquísima reflotando camuflada de DIY. Pasado determinado momento evité mirar lo que se hacía sobre las tablas del piso.
La señora saludó con una reverencia y parecía que ahí terminaba la cosa. Lindner me preguntó que me había parecido lo que había visto y oído.
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En general bien, aunque lo que hacía esa señora del final , esa especie de danza de Shiva coreografiada por Marsel Marsó, no parecía guardar relación con al música que se tocaba, ejem...- contesté para salir del paso.
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Esa "señora del final "es la mujer de Feinmann, imbécil - me dijo Lindner, súbitamente reconstituido.