De la prosperidad inmigrante da cuenta aún la arquitectura pequeño burguesa de los barrios de Buenos Aires. Pero entre la generación de los herederos y las nacientes masas el contacto se hace mínimo, a la inversa de la vigorosa comunicación que ha existido entre el gauchaje y los conquistadores del desierto. ‘En la misma medida en que la élite dirigente afrontó la conducción política de su Estado moderno provista solo de una estructura parroquial- expone Roberto Cortés Conde-, ella careció también de avalores más universales y de sistemas de comunicación que le permitieran entrar en contacto con los grupos recién incorporados. Esto explica que los partidos conservadores no lograrán obtener el apoyo de las clases medias, en su mayoría inmigrantes…’ Es decir que los propios beneficiados por la apertura del país, los inmigrantes, pasan a formar en las filas del partido opositor. Consecuencia según Cortés Conde: ‘…los grupos tradicionales, con enorme gravitación social y política se encontraban básicamente aislados y al someterse a la confrontación electoral, descubrieron que eran minoría’.
Es este hiato en la conducción (y no otros defectos supuestos) lo que califica el abismal descenso de la generación de Julio A. Roca a la del Payo Roqué. Roca que se escapa del poder para recorrer sus propiedades La Paz y La Larga, seguido de sus peones. Y el Payo Benjamín Roqué, inveterado bromista y amable compañero de la noche, símbolo de una época porteña, amigo de tres presidentes, cordobés, dandy jamás igualado aunque siempre imitado ‘ejemplo único sin predecesores ni herederos en el difícil arte de la popularidad de buen tono’, como lo define Enrique Loncán. Sempiterno habitué al paddock en las carreras, al grill room del Plaza Hotel, al Julien, al Petit-Salón, a la Richmond , pues ‘donde está Roqué hay alegría, júbilo y diversión’.
Si se atiende al cronicón de la época 1890-1920, sólo se encuentran adalides como Roqué y Tormenta Pinedo, Tabaco Quintana, Manteca De María, Bachicha Aguirre...ocurrentes personajes, mundanos, capaces de entrar en mateo al Petit-Salón como Miguel Rivera o de enrolarse en la aviación francesa como Almandos Almonacid, y regresar hecho un héroe de guerra. Son los muchachos del Hansen, el Pollo Medrano, Vaporín González Rubio, David Tezanos Pinto, Baulito Villanueva, personajes de costumbres muchísimo más normales que la juventud actual, que ganan su renombre en justas donde valía el humor, el ingenio. Gente recta sobretodo, pero eso sí: nada que ver tienen con la titánica generación de sus abuelos, los Avellaneda, los Roca. La continuidad generacional disminuida, la integración liberal deteriorada, todo el fabuloso progreso del lapso 1890-1920 corre por cuenta de ‘personajes’, de ‘notables’, en suma de vedettes de gran capacidad, imaginación, los cuales ocultan en cierto modo el hecho de que la clase dirigente deserta de los puestos de mando.
Ante la capitulación íntima de la clase alta para la cual la política ‘es sucia’, los cambios en la estructura social producidos por la inmigración estallan incontenibles, y se vuelcan a la toma del poder por el voto. Incidentalmente, cabe comentar que quienes se retiran intentan superar a último momento al radicalismo, pero no oponiéndole las viejas ideas que han fundado la República, sino por medio de una plataforma colectivizante (la del Partido Demócrata Progresista en 1916) que es el primer antecedente para las teorías económicas del peronismo. Tal cual ha escrito Jorge Mayer en torno al ‘complejo de inferioridad’ que hoy embarga a los conservadores, aquellos hombres ‘no descubrieron el subyacente instinto conservador de los recién llegados a medida que prosperaban. En vez de atraerlos y reafirmar con lucidez un credo remozado, atribuyen los éxitos radicales a su estilo demagógico y se dedican a imitarlo. El resultado es que perdieron el apoyo de las clases de acomodadas y no logran el apoyo de los núcleos ascendentes, que sospechan de su sinceridad…Lo grave de este proceso no es la decadencia de un partido, fenómeno histórico y natural, sino que se ha desarticulado el sistema representativo. Las clases conservadoras, que después de la sedimentación de la ola inmigratoria son las más numerosas, carecen de representación’.
Dejarse atrapar por la crisis en malas condiciones es el gigantesco gap de materia gris que resume el fracaso radical-ya Alvear tiene que recurrir al talento militar en ciertos casos: Mosconi, Justo, coronel Luis García- y, del cual saldrá el país recién en brazos de la fantástica promoción juvenil que el liberalismo le tienepreparada. Aunque es preferible no adelantarse. El veloz ascenso de la generación del 80 brindaal país si mayor esplendor, pero su veloz eclipse priva a la Arjentina de una aristocracia estable, capaz de imponer, normas, un estilo, procedimientos, maneras. Brota en su lugar un falso aristocratismo hecho de complicidades, de gestos a la moda, pero alejado del pueblo, al que es su deber plasmar a su imagen. Traída al plano literario esa bohemia encarna en el llamado Grupo de Florida, que al decir de Anderson Imbert está ‘compuesto por jóvenes de buen humor’ , quienes ‘frente a la posición próspera del país dentro de la crisis mundial, pueden escribir para divertirse y tomarle el pelo a los consagrados Lugones y Capdevila’. En otros términos, la actitud se sofistica, y se hace imposible imitar por parte del pueblo. Si entrar al Petit-Salón en un mateo no supera los límites de la excentricidad (en el París de aquellos días se organizan carreras de coches fúnebres, a partir del Maxim’s), es preciso recordar que cuando el orillero trate de imitar el gesto, probablemente hará un desquicio, y de allí surgirían los patoteros y barras bravas. En todo caso Ortega y Gasset no encuentra al ‘guarango’ a la salida de los Talleres Vasena, sino en los salones de Buonos Ayres: que ése tipo se haya extendido hasta ser hoy del dominio nacional explica hasta donde corre la responsabilidad de las clases dirigentes, cuyos actos son acechados, comentados y finalmente imitados.
Llamamos peronchismo, entonces, a una forma de vida nacional que ya está en vigencia en 1943, y que asoma en la literatura pícaropintoresca, y desde los primeros tangos: el arte de conseguir algo por nada, la exaltación de la vida canera, el golpe de furca, el nirvana del caralisa, la piolada y el desprecio machista de la mujer sin desmendro de un culto sentimental por la vieja, a la que previamente se abandona (como Perón a Juana Sosa), amén de la filosofía de la derrota futbolística según la cual el derrotado es el vencedor moral, tesis ésta última muy utilizada por los lustrosos diplomáticos argentinos en los foros internacionales.
R. Aizcorbe, Revolucion y Decadencia, 1977
Es este hiato en la conducción (y no otros defectos supuestos) lo que califica el abismal descenso de la generación de Julio A. Roca a la del Payo Roqué. Roca que se escapa del poder para recorrer sus propiedades La Paz y La Larga, seguido de sus peones. Y el Payo Benjamín Roqué, inveterado bromista y amable compañero de la noche, símbolo de una época porteña, amigo de tres presidentes, cordobés, dandy jamás igualado aunque siempre imitado ‘ejemplo único sin predecesores ni herederos en el difícil arte de la popularidad de buen tono’, como lo define Enrique Loncán. Sempiterno habitué al paddock en las carreras, al grill room del Plaza Hotel, al Julien, al Petit-Salón, a la Richmond , pues ‘donde está Roqué hay alegría, júbilo y diversión’.
Si se atiende al cronicón de la época 1890-1920, sólo se encuentran adalides como Roqué y Tormenta Pinedo, Tabaco Quintana, Manteca De María, Bachicha Aguirre...ocurrentes personajes, mundanos, capaces de entrar en mateo al Petit-Salón como Miguel Rivera o de enrolarse en la aviación francesa como Almandos Almonacid, y regresar hecho un héroe de guerra. Son los muchachos del Hansen, el Pollo Medrano, Vaporín González Rubio, David Tezanos Pinto, Baulito Villanueva, personajes de costumbres muchísimo más normales que la juventud actual, que ganan su renombre en justas donde valía el humor, el ingenio. Gente recta sobretodo, pero eso sí: nada que ver tienen con la titánica generación de sus abuelos, los Avellaneda, los Roca. La continuidad generacional disminuida, la integración liberal deteriorada, todo el fabuloso progreso del lapso 1890-1920 corre por cuenta de ‘personajes’, de ‘notables’, en suma de vedettes de gran capacidad, imaginación, los cuales ocultan en cierto modo el hecho de que la clase dirigente deserta de los puestos de mando.
Ante la capitulación íntima de la clase alta para la cual la política ‘es sucia’, los cambios en la estructura social producidos por la inmigración estallan incontenibles, y se vuelcan a la toma del poder por el voto. Incidentalmente, cabe comentar que quienes se retiran intentan superar a último momento al radicalismo, pero no oponiéndole las viejas ideas que han fundado la República, sino por medio de una plataforma colectivizante (la del Partido Demócrata Progresista en 1916) que es el primer antecedente para las teorías económicas del peronismo. Tal cual ha escrito Jorge Mayer en torno al ‘complejo de inferioridad’ que hoy embarga a los conservadores, aquellos hombres ‘no descubrieron el subyacente instinto conservador de los recién llegados a medida que prosperaban. En vez de atraerlos y reafirmar con lucidez un credo remozado, atribuyen los éxitos radicales a su estilo demagógico y se dedican a imitarlo. El resultado es que perdieron el apoyo de las clases de acomodadas y no logran el apoyo de los núcleos ascendentes, que sospechan de su sinceridad…Lo grave de este proceso no es la decadencia de un partido, fenómeno histórico y natural, sino que se ha desarticulado el sistema representativo. Las clases conservadoras, que después de la sedimentación de la ola inmigratoria son las más numerosas, carecen de representación’.
Dejarse atrapar por la crisis en malas condiciones es el gigantesco gap de materia gris que resume el fracaso radical-ya Alvear tiene que recurrir al talento militar en ciertos casos: Mosconi, Justo, coronel Luis García- y, del cual saldrá el país recién en brazos de la fantástica promoción juvenil que el liberalismo le tienepreparada. Aunque es preferible no adelantarse. El veloz ascenso de la generación del 80 brindaal país si mayor esplendor, pero su veloz eclipse priva a la Arjentina de una aristocracia estable, capaz de imponer, normas, un estilo, procedimientos, maneras. Brota en su lugar un falso aristocratismo hecho de complicidades, de gestos a la moda, pero alejado del pueblo, al que es su deber plasmar a su imagen. Traída al plano literario esa bohemia encarna en el llamado Grupo de Florida, que al decir de Anderson Imbert está ‘compuesto por jóvenes de buen humor’ , quienes ‘frente a la posición próspera del país dentro de la crisis mundial, pueden escribir para divertirse y tomarle el pelo a los consagrados Lugones y Capdevila’. En otros términos, la actitud se sofistica, y se hace imposible imitar por parte del pueblo. Si entrar al Petit-Salón en un mateo no supera los límites de la excentricidad (en el París de aquellos días se organizan carreras de coches fúnebres, a partir del Maxim’s), es preciso recordar que cuando el orillero trate de imitar el gesto, probablemente hará un desquicio, y de allí surgirían los patoteros y barras bravas. En todo caso Ortega y Gasset no encuentra al ‘guarango’ a la salida de los Talleres Vasena, sino en los salones de Buonos Ayres: que ése tipo se haya extendido hasta ser hoy del dominio nacional explica hasta donde corre la responsabilidad de las clases dirigentes, cuyos actos son acechados, comentados y finalmente imitados.
Llamamos peronchismo, entonces, a una forma de vida nacional que ya está en vigencia en 1943, y que asoma en la literatura pícaropintoresca, y desde los primeros tangos: el arte de conseguir algo por nada, la exaltación de la vida canera, el golpe de furca, el nirvana del caralisa, la piolada y el desprecio machista de la mujer sin desmendro de un culto sentimental por la vieja, a la que previamente se abandona (como Perón a Juana Sosa), amén de la filosofía de la derrota futbolística según la cual el derrotado es el vencedor moral, tesis ésta última muy utilizada por los lustrosos diplomáticos argentinos en los foros internacionales.
R. Aizcorbe, Revolucion y Decadencia, 1977
No hay comentarios:
Publicar un comentario