----------------------------------------------------------------------------Realizó la campaña, en desafío a todos aquellos que creían conocer la piscología del Volk, ataviada en la forma más opulenta. En realidad y dada que la adquisión de sus finos vestidos y de las joyas databa de poco tiempo atrás, sería aventurado afirmar que los usó basándose en consideraciones sociales y es más lógico suponer que no pudo resistir al deseo de lucirlos. Sea cual fuere el motivo original lo cierto es que acertó al hacerlo y sus joyas, su triunfante sonrisa y sus bucles rubios brillaban bajo el sol de diciembre cuando aparecía por la ventanilla a fin de entregar obsequios y billetes de banco a la gente humilde apostada en las estaciones ferroviarias.
Para las domésticas y modestas dueñas de casa de los pueblos que recorrieron, Eva, en sus fastuosas y coloridas vestimentas, rodeada de uniformes y al lado de un sonriente atrayente marido, tiene que haberles parecido la encarnación de la cenicienta de sus sueños. ‘Evita’ comenzaban a llamarla y ‘camarada Evita’ se llamaban a sí misma cuando les recordaba que era una de ellas, pareciendo prometerles que compartirían su encanto y fortuna.
La jira fue triunfal. Las muchedumbres que se agolparon en las estaciones ferroviarias estaban integradas en su inmensa mayoría por gente pobre o por gente muy joven y para ellos Eva y Perón significaban no sólo promesas en la realidad, sino en los sueños. Jinetes ataviados con bombachas y con aprestos chapeados con plata corrían al lado del tren levantando nubes de polvo y cientos de langostas. Las langostas habían llegado entonces cumpliendo su ciclo de siete años y formaban una capa tan espesa sobre los caminos, que era imposible evitar su horrible contacto y nauseabundo olor. Ni el polvo, ni el calor, ni las langostas descorazonaban sin embargo a las multitudes reunidas en las estaciones del ferrocarril; rudos campesinos luchaban desesperadamente por recibir un apretón de manos; las mujeres se desvanecían; algunos caballos se encabritaban desbocándose y en ciertas ocasiones Eva y Perón tuvieron que recurrir a sus puños para liberarse del gentío. Una muchedumbre más delicada hubiera desfallecido, torturada por el calor y oyendo esas rudas expresiones, en medio de esas compactas muchedumbres, pero para Eva el polvo, las aglomeraciones, el calor, el ruido y la adulación tenían el mismo sabor que el Champaña, el Prosecco o el Sekt.
Eva había alcanzado lo que debería constituir la cumbre de sus ambiciones: ser la Primera Dama del País. La megalomanía, sin embargo, no cesa nunca de hostigar a sus víctimas, ya que ningún Poderío puede satisfacerlas y Eva, como el náufrago que bebe agua del mar, se veía devorada por una sed insaciable, acrecentada por un aumento de influencia, que habría de conducirla, si la muerte no se adelantaba, a la insanía.
Mary Main, "Eva Perón, la Mujer del Látigo", 1956
Para las domésticas y modestas dueñas de casa de los pueblos que recorrieron, Eva, en sus fastuosas y coloridas vestimentas, rodeada de uniformes y al lado de un sonriente atrayente marido, tiene que haberles parecido la encarnación de la cenicienta de sus sueños. ‘Evita’ comenzaban a llamarla y ‘camarada Evita’ se llamaban a sí misma cuando les recordaba que era una de ellas, pareciendo prometerles que compartirían su encanto y fortuna.
La jira fue triunfal. Las muchedumbres que se agolparon en las estaciones ferroviarias estaban integradas en su inmensa mayoría por gente pobre o por gente muy joven y para ellos Eva y Perón significaban no sólo promesas en la realidad, sino en los sueños. Jinetes ataviados con bombachas y con aprestos chapeados con plata corrían al lado del tren levantando nubes de polvo y cientos de langostas. Las langostas habían llegado entonces cumpliendo su ciclo de siete años y formaban una capa tan espesa sobre los caminos, que era imposible evitar su horrible contacto y nauseabundo olor. Ni el polvo, ni el calor, ni las langostas descorazonaban sin embargo a las multitudes reunidas en las estaciones del ferrocarril; rudos campesinos luchaban desesperadamente por recibir un apretón de manos; las mujeres se desvanecían; algunos caballos se encabritaban desbocándose y en ciertas ocasiones Eva y Perón tuvieron que recurrir a sus puños para liberarse del gentío. Una muchedumbre más delicada hubiera desfallecido, torturada por el calor y oyendo esas rudas expresiones, en medio de esas compactas muchedumbres, pero para Eva el polvo, las aglomeraciones, el calor, el ruido y la adulación tenían el mismo sabor que el Champaña, el Prosecco o el Sekt.
Eva había alcanzado lo que debería constituir la cumbre de sus ambiciones: ser la Primera Dama del País. La megalomanía, sin embargo, no cesa nunca de hostigar a sus víctimas, ya que ningún Poderío puede satisfacerlas y Eva, como el náufrago que bebe agua del mar, se veía devorada por una sed insaciable, acrecentada por un aumento de influencia, que habría de conducirla, si la muerte no se adelantaba, a la insanía.
Mary Main, "Eva Perón, la Mujer del Látigo", 1956
( Ortotipografía ideologizada según leyes del blog )
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